¿Qué papel desempeña la fe en el escenario de la Ciencia?
Una frase muy conocida expresa: “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”.
Aunque no se sabe con certeza quién es su autor, la misma encierra una importante enseñanza en torno al aprendizaje sobre las experiencias trascendentales de la vida y la dinámica de la sociedad como ente global. A consideración de quien esto escribe, una reformulación de esta frase se podría aplicar a la iglesia en relación con “el mandato cultural” dado en Génesis 1:28. El sojuzgar la tierra y señorear sobre lo creado, es la más grande delegación. El hombre, como corona de la creación, recibe de Dios la orden de conocer lo existente, investigarlo, explorarlo y preservar lo creado. En otras palabras, una labor de mayordomía en extremo significativa; una labor cultural en todo el sentido de la palabra. Sobre esta base, la reformulación propuesta a la frase inicial y de aplicación a la vida eclesiástica es la siguiente: “quien conoce su historia está obligado a repetirla”. La comprensión adecuada de la modificación a la frase y su impacto en un ámbito concreto como el científico, son los elementos claves de este ensayo.
”-Un significativo porcentaje de personas no creyentes con buena formación académica, consideran que la vida cristiana y la fe en Dios, no guardan correlación alguna con la cultura en todas sus manifestaciones
Representation of Genesis 1:28
Este colectivo es proclive a concluir que el cristianismo, en contraste, ha representado un obstáculo al avance de las ciencias naturales y otras ramas del conocimiento. En tal sentido atribuyen a los creyentes una gran dosis de ignorancia y retroceso en contraste con el avance de la intelectualidad. Por supuesto que tales concepciones carecen de fundamento y están cimentadas sobre un desconocimiento de la historia de la ciencia y sus grandes protagonistas. Siendo honestos y aunque resulte peyorativo, hay que reconocer que un gran sector de la iglesia ha contribuido a darle solidez a la falacia de su impronta negativa en los ámbitos culturales, en especial en el terreno científico. Esta contribución tiene su raíz en lo que Wolters define como la teoría de las dos dimensiones, a partir de la cual muchos creyentes dividen la dinámica de la vida en dos grandes áreas: una secular o profana y otra espiritual. En el área secular o profana sitúan por ejemplo a la política, los negocios y la ciencia; mientras que el área espiritual sitúan todo lo se desarrolla en la iglesia o comunidad cristiana (Wolters, 2004). Tal dicotomía como se verá a continuación, no es bíblica y sigue dando base a los no creyentes para sostenerse en sus apreciaciones.
Dos interrogantes sirven como telón de fondo para proyectar la íntima relación existente entre la ciencia y la fe depositada en Dios: ¿qué papel desempeña la fe en el escenario de la ciencia? ¿Es la fe divergente con los paradigmas científicos? Los interrogantes planteados suscitan inferencias erróneas si éstas surgen de un entendimiento inadecuado de lo que es la fe y lo que ella representa. La palabra fe viene del latín fides y hace referencia a las creencias propias de una comunidad; bajo este marco, la fe se asocia con una firme convicción en algo existente o en algo esperable. El término en griego es pistis y se traduce como confianza o certeza (Friberg, Friberg & Miller, 2006), lo cual hace referencia a la base sólida que soporta la estructura de aquello en lo que se cree. Desde este punto de vista, la fe no es irracional y encaja de manera coherente con las afirmaciones de carácter científico. Un científico trabaja sobre fundamentos bien definidos y por consiguiente su cuerpo de creencias y paradigmas está dotado de fe, es decir de confianza y certeza en los resultados obtenidos mediante procesos de investigación teórica o experimental, sin descartar que en ese entorno de confianza y certeza siempre estará presente la provisionalidad de tales resultados a la luz del principio de falsabilidad de Popper.
Representation of Faith & Science
Un axioma matemático o geométrico, así como la formulación de una ley en física o en química descansan sobre una plataforma de rigurosidad racional y la extrapolación de sus aplicaciones tiene como punto de partida la confianza en aquello que se ha demostrado, en la certeza de lo que se espera, en la convicción de lo que en principio no se ve y se aspira a obtener. De manera que aquellos que encierran a la fe dentro de parámetros puramente religiosos harían bien en examinar el término y no excluirlo de los asuntos inherentes a la ciencia de manera tan ligera como suele hacerse.
Un científico es un hombre de fe y esta fe puede estar a tono con la creencia en Dios como Creador o con la firme convicción en su inexistencia, ambas posiciones son racionales y explicitan lo que hay en el corazón. Por consiguiente la pugna no es entre fe y razón sino entre cosmovisiones. O existe un Creador o somos el resultado de un proceso físico sin propósito ocurrido hace más de 15 mil millones de años. A la fecha la ciencia no ha podido dar una respuesta concreta acerca del origen de la vida y el universo. Alguien bien informado, teísta o evolucionista, no pone en duda esta afirmación a menos que asuma una actitud cientificista o posea un modelo confiable que dé cuenta de la solidez de su respuesta y soporte los criterios que validan a toda teoría científica. Siendo razonables y honestos, tal modelo no se posee.
La ruptura de la dicotomía entre fe y ciencia y entre la monolítica antítesis entre cultura y cristianismo, estuvo a cargo de los grandes reformadores Martín Lutero y Juan Calvino quienes se preocuparon de la realización práctica de las grandes verdades espirituales (Cerni, 1995). Esta preocupación es retomada en el siglo diecinueve por Abraham Kuyper y Bavink quienes se esfuerzan por establecer la multiforme gracia de Dios en todas las esferas de acción del hombre bajo el Sol. En este punto se concentra el clímax del mandato cultural que debe ser contemplado a la luz de la transgresión del hombre en su intento de ser como Dios; desafiando la santidad del Altísimo, tratando de subir con su limitado poder a las inalcanzables cumbres del conocimiento de su Creador y Señor. Con su transgresión o caída, el hombre, como expresa Van Til, se tornó moralmente depravado, pero retuvo su sensus deitatis o conciencia de Dios (Van Til, 2015). El hombre no perdió su condición de criatura; pero quedó en el extremo opuesto de su rectitud original y con ello se entenebreció su entendimiento y se nubló la magnificencia de su labor cultural al ser exiliado de Edén. Desde esta perspectiva, los cardos y espinos tomaron el lugar de las aguas de reposo y los delicados pastos. La filosofía humana se decantaría en la deificación del hombre y se evidenciaría en el desprecio a la soberanía de su Hacedor.
Representation of Protestant Reformation
En contraste con los principios de la filosofía humanista o los presupuestos del positivismo, la filosofía de la Reforma Protestante se concentró en proclamar la soberanía de Dios en todas las esferas de la sociedad lo que implicaba accionar y servir con sujeción a la Palabra de Dios. Resultaba imperioso para los reformadores retornar a la Sagrada Escritura y exponerla como la guía por excelencia para toda labor emprendida por el hombre. Explicitarla como la norma para toda área de la vida y por ende como la fuente de autoridad por antonomasia. Esta visión supera los escollos del Escolasticismo Medieval expandiendo el horizonte del conocimiento y vislumbrando la naturaleza como un elemento a sojuzgar por mandato divino, y que por su carácter debía ser analizada con leyes propias y con métodos acordes con su esencia. En otras palabras, con una metodología científica para validar y otorgar coherencia a dicho estudio, dando honra y honor al Creador. Bajo este marco, el dogma filosófico medieval es sustituido por la experimentación y el análisis matemático, Hooykaas lo expresó enfáticamente:
”Las ciencias modernas crecieron cuando las consecuencias de la concepción bíblica de la realidad fueron plenamente aceptadas. En los siglos XVI y XVII la ciencia fue extraída del callejón sin salida en que se había metido gracias a la filosofía de la Antigüedad y de la Edad Media. Se abrieron nuevos horizontes (Vidal, 2016).
El impacto de la cosmovisión bíblica destrozó el pesado lastre de las concepciones mitológicas de las culturas paganas en torno a la naturaleza y sus fenómenos, partiendo de un pleno entendimiento de la realidad como algo existente por ser obra de Dios y no el producto de la furia o el poderío de inexistentes dioses concebidos en el seno de cosmovisiones alejadas de la revelación y la iluminación del Dios eterno. Así lo entendió Newton, quien reconoció el orden subyacente a los fenómenos naturales que posibilita su estudio y su sistematización en ecuaciones matemáticas.
Este bellísimo sistema compuesto por el Sol, los planetas y los cometas no pudo menos que haber sido creado por consejo y dominio de un ente poderoso e inteligente… El Dios Supremo es un ser eterno, infinito, absolutamente perfecto (Newton, 1687)
Si Dios es un Dios de orden, su creación ha de llevar esta impronta evidenciada en leyes susceptibles de ser sistematizadas por medio del análisis y la investigación, de manera que es factible expresar en un lenguaje denso y consistente, las maravillas de la creación. Este lenguaje es sin duda el lenguaje matemático en el que destacó un piadoso calvinista, Leonard Euler, quien dejó un extraordinario legado de teoremas, funciones e identidades aplicables en varias ramas de las ciencias naturales. Galileo, Johannes Keppler, Michael Faraday, John Dalton y Robert Boyle, son algunos ejemplos de reconocidos científicos que al igual que Euler, desarrollaron su trabajo bajo la premisa del orden establecido por el Creador. Sus aportes son invaluables en el campo de las ciencias naturales, aportes por lo demás reconocidos con creces, por creyentes y no creyentes. Las leyes de Keppler y su rigurosa demostración sobre las órbitas elípticas de los planetas alrededor del Sol se mantienen vigentes a la fecha. Lo que muchos desconocen es que la motivación de Keppler para realizar su trabajo siempre fue la misma: “encontrar las armonías matemáticas de la mente del Creador” (Frank, 1968).
Lo mismo podríamos decir de Blaise Pascal quien estableció las bases para la teoría de probabilidades, de aplicación en física y biología. Pascal expresó: “toda la conducta de las cosas debe tener por objeto el establecimiento y el engrandecimiento de la religión” (Zuribi, 2000). Robert Boyle (1627-1691), considerado el padre de la química sentó sólidas bases para el estudio de los fluidos, en especial de los gases. Es destacable que Boyle donó gran parte de su patrimonio a obras religiosas en Irlanda y Nueva Inglaterra (Roth, 2010).
La ciencia recibió un poderoso impulso gracias a la Reforma Protestante. La proclamación de la soberanía de Dios abrió el camino para entender que todo cuánto el hombre haga, sea en la iglesia o fuera de ella es una labor espiritual y en consecuencia debe converger en la honra y gloria de su Señor. Toda labor que el hombre lleve a cabo está dirigida a conocer a Dios, exaltar su majestad y extender por todos los medios posibles las bondades y el impacto trascendental del estudio y conocimiento de su Sagrada Palabra. En este contexto nacen las Cinco Solas.
Las Cinco Solas son cinco frases en latín que nacieron en la Reforma Protestante y constituyen un resumen de la declaración de fe de los reformadores:
- Sola scriptura (Sólo por medio de la Escritura)
- Sola fide (Salvación solamente por la fe)
- Sola gratia (Sólo por gracia)
- Solus Christus o Solo Christo (Sólo por Cristo o sólo por medio de Cristo)
- Soli Deo gloria (la gloria solo para Dios).
El quinto pilar Soli Deo gloria constituyó la fuente de inspiración para los científicos durante del periodo de la Reforma y a posteriori. Todo debe apuntar a la gloria de Dios. Esto incluye toda la obra del hombre bajo el Sol, de manera que ninguna esfera de su accionar quede por fuera de este gran pilar; en tal sentido: la política, el deporte, el arte y por supuesto la investigación científica deben rendir honor al Creador. Dentro de esta óptica, el temor a Dios, antes que frenar el avance de la ciencia se convierte en el impulso motor que le otorga fuerza a la investigación. Por ejemplo, Carlos Linneo, quien contribuyó a establecer el sistema binómico para la nomenclatura de los organismos utilizando la terminología de género y especie, expresó: “la naturaleza está creada por Dios para su honra y para bendición de la humanidad, y que cuanto ocurre sucede por orden de él y bajo su dirección” (Nordenskiöld, 1928). De esta manera Linneo proclamaba desde la ciencia que se puede construir conocimiento sólido y de gran resonancia temporal sin dejar de proclamar: ¡Soli Deo gloria!
El impacto de la Reforma en la ciencia aún no se ha extinguido, ni se extinguirá, aunque al estilo de Nietzsche muchos proclamen la muerte de Dios en el terreno de la ciencia. Sin embargo, tal como lo admitía el propio Nietzsche, declarar esta muerte equivale a declarar la muerte misma del hombre quien se enfrenta al agónico vacío de la desesperanza, escudriñando en un universo sin propósito, tanto en su origen como en su devenir. Tal era la motivante desesperanza del gran físico Richard Feynman, un genio de la investigación quien paradójicamente no tenía la convicción del propósito de este universo cuyo estudio era su razón de vida y su pasión. Algo equivalente a viajar plácidamente en la barca de Caronte, pero olvidando que desde su mitológica posición, el barquero tenía bien claro su puerto de llegada.
Es innegable que la ciencia tiene una gran deuda con los científicos creyentes y temerosos de Dios en especial desde el periodo de la Reforma Protestante. Vidal (2016), citando a Hulley, un economista del Banco Mundial, afirma que de todos los premios Nobel relacionados con la ciencia y otorgados entre 1901 y 1990 el 86% habían sido ganados por protestantes y judíos, en este último caso el 22%. La llama de la Reforma iluminando el sendero de la ciencia no se ha extinguido ni se extinguirá. La Sagrada Escritura que inspiró a los reformadores es eterna e inmutable. Basta con acercarse a los escritos y producciones de notables científicos como Maxwell, Born, Planck, Von Braun, Heisenberg, Milikan, Dirac, Schrödinger, Lise Meitner y Francis Collins, entre otros, o revisar los grandes aportes de los científicos creyentes en las áreas tecnológicas, en la medicina, en la fisiología o en la biología, para borrar cualquier destello de duda al respecto.
Una lista de las contribuciones de hombres y mujeres temerosos de Dios, que honraron a su Creador a través de la ciencia abarcaría un espacio muy extenso. A manera de esbozo general se pueden citar las siguientes contribuciones:
- Cable Transatlántico y escala absoluta de temperatura: Lord Willian Kelvin
- Calculadora y ciencias de la computación: Charles Babbage
- Galvanómetro: Joseph Henry
- Genética: George Mendel
- Geología glacial: Luis Agassiz
- Ginecología: Sir James Simpson
- Mecánica de fluidos: Sir George Stockes
- Termodinámica reversible: James Joule
- Termocinética: Sir Humpry Davy
- Primer ejemplo de fisión nuclear: Lise Meitner. En 1943 Otto Hahn recibió el Nobel de física por esta investigación; pero siempre quedará en la historia el hecho que nunca se reconoció a Meitner como coautora del trabajo.
- María Gaetana Agnesi: primer texto completo de Cálculo
- Henrietta Leavitt: Descubrió y catalogó estrellas variables en las Nubes de Magallanes.
Esta lista es muy limitada y se deja a consideración del lector una consulta más exhaustiva. La capacidad creativa e intelectual de estos hombres y mujeres cuya misión al investigar se focalizó en honrar la majestad de Dios depositando su fe en El, es un pálido reflejo del portento intelectual previo a la caída. Al desafiar la soberanía y la santidad de Dios en Edén, la imagen del hombre quedó destrozada, su entendimiento se tornó confuso al punto de intentar esconderse de la omnipresencia divina, su racionalidad no se perdió, pero sí el propósito nuclear de esa racionalidad que ahora se tornó esclava del pecado. Cristo redimió al hombre caído y esa imagen destrozada, que se evidencia en la condición pecaminosa del ser humano, ahora es restaurada por Cristo y aunque la potencia intelectual no sea prístina, el hombre puede seguir adelante con el cumplimiento del mandato cultural dado por su Hacedor. Se podría afirmar, al estilo del gran poeta Tennyson en “Ulises”:
No poseemos la preclara intelectualidad de antaño, pero gracias a Cristo somos nuevos, con una nueva voluntad decidida a buscar, a encontrar y nunca rendirse.
Aún gira la espada guardando el camino al árbol de la vida, seguimos siendo extranjeros y peregrinos, con la intelectualidad afectada por el pecado, limitados en nuestro entendimiento; pero sin perder la intención y la motivación de ahondar en el infinito. Al fin y al cabo ese deseo de conocer e investigar lo existente, nunca se extinguirá en el ser humano y permanecerá como una indeleble huella de la grandeza del Creador en el corazón de la criatura.
El mandato cultural es inevitable, aun se tiene el deber de sojuzgar y señorear sobre la creación. Hay cardos y espinos que hacen mucho más ardua la labor. El mandato está grabado en el corazón de la criatura. Muchos lo llevarán a cabo de espaldas a Dios; pero muchos otros lo harán de rodillas ante la majestad, grandeza y soberanía del Eterno Adonai. Majestad y soberanía que será reconocida tarde o temprano por todos los hombres. Como diría Galileo: “La ciencia nos enseña cómo son los cielos. La Biblia enseña a llegar al cielo”
Soli Deo gloria.
REFERENCIAS
Cerni, R. (1995). Historia del Protestantismo. Barcelona: Romanyá-Valls, S.A.
Frank, M. (1968). A portrait of Isaac Newton. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press
Friber, T., Friber, B. Miller, N. (2006). Analytical Lexicon of the Greek New Testament. Trafford Publishing.
Newton, I. (1993).Principios Matemáticos de la Filosofía Natural. Barcelona: Ediciones Altaya. S.A.
Nordenskiöld, E. (1928). The history of biology: A survey. Nueva York: Tudor Pub.Co.
Roth, A. (2010). La Ciencia Encuentra a Dios. Madrid: Editorial Safeliz.
Van Til, H (2015). Concepto Calvinista de la Cultura. San José, Costa Rica: CLIR
Vidal, C (2016). El legado de la Reforma, una herencia para el futuro. Perú: Editorial JUCUM.
Wolters, A, Goheen, M. (2013). La Creación Recuperada. Poemia Publicaciones & Dordt College Press.
Zuribi, X (2000). Blaise Pascal, Pensamientos. Madrid: Espasa Calpe.